Washington (360Noticias) En una decisión que contradice la narrativa oficial mantenida durante años por las grandes farmacéuticas, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) ordenó a Pfizer y Moderna actualizar las etiquetas de advertencia en sus vacunas contra el COVID-19, reconociendo una elevada incidencia de miocarditis y pericarditis, especialmente en hombres jóvenes entre 16 y 25 años. La revelación, sin embargo, ha sido abordada con silencio y evasión por parte de las empresas.
Aunque los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) han calificado históricamente estos casos como “raros y leves”, la nueva documentación de la FDA revela que las lesiones cardíacas fueron “comunes” entre los jóvenes que reportaron síntomas tras recibir vacunas de ARNm, especialmente las versiones actualizadas para la temporada 2023-2024.
“Aunque su curso clínico fue casi siempre leve y con baja prevalencia de disfunción cardíaca, las lesiones miocárdicas fueron comunes”, concluyen los autores del estudio, entre ellos funcionarios de la propia FDA.
Silencio empresarial ante una advertencia sanitaria mayor
La orden de la FDA, publicada el 21 de mayo en su sitio oficial, otorga un plazo de 30 días a Pfizer (Comirnaty) y Moderna (Spikevax) para responder formalmente. Hasta el momento, ninguna de las dos compañías ha emitido declaraciones, lo cual refuerza las sospechas sobre un patrón sistemático de ocultamiento o minimización de efectos adversos serios por parte de las farmacéuticas.
Esta situación se produce mientras el Departamento de Salud y Servicios Humanos declara públicamente que “los estadounidenses merecen transparencia radical”, aunque esa misma transparencia ha brillado por su ausencia durante buena parte del proceso de aprobación y promoción de estos inmunizantes.
¿Qué se intenta ocultar?
Los nuevos datos, respaldados por estudios internos de la FDA y reportados por medios como CBS News, indican una incidencia estimada de 38 casos de inflamaciones cardíacas por cada millón de dosis administradas en el grupo etario más vulnerable. Estos casos, aunque en su mayoría no requirieron hospitalización prolongada, sí registraron síntomas como dolor torácico, niveles elevados de troponina y anomalías en resonancias magnéticas cardíacas, lo que plantea preocupaciones sobre posibles secuelas a largo plazo.
“Aún no se sabe si estos hallazgos pueden implicar efectos a largo plazo”, reconoció un vocero de la FDA, dejando en evidencia una grave laguna de conocimiento sobre los impactos sostenidos en el tiempo de estas vacunas.
La publicación de las cartas coincide, no por casualidad, con una audiencia en el Senado de EE.UU. encabezada por republicanos, centrada en la gestión oficial del riesgo de miocarditis vinculado a la vacunación. Entre los participantes destacados figura el abogado Aaron Siri, crítico de la industria farmacéutica, conocido por colaborar con Robert F. Kennedy Jr. en litigios relacionados con seguridad de vacunas.
¿Responsabilidad corporativa o inmunidad empresarial?
El silencio de Pfizer y Moderna frente a esta solicitud genera interrogantes no solo sanitarios, sino también éticos y legales. En el contexto de contratos multimillonarios, inmunidad jurídica garantizada por varios gobiernos y la opacidad de los ensayos clínicos, esta nueva advertencia de la FDA representa una grieta en la imagen impoluta que las farmacéuticas han intentado proyectar desde 2020.
El debate está servido: ¿hasta qué punto sabían las farmacéuticas sobre estos riesgos desde el inicio? ¿Por qué no fueron transparentes desde el primer momento? ¿Qué más queda por descubrir o, peor aún, por ocultar?
Mientras tanto, millones de personas ya han recibido estas vacunas sin conocer completamente los riesgos que ahora se revelan.