La “Burguesía Fiscal” Naufragará en Diciembre: Chile Vota En Contra

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Robero Ávila Toledo (Abogado de DDHH)

En todos los grandes estudios sobre el capitalismo, ya sean estos de Carlos Marx o Max Weber, se perciben en la sociedad dos clases fundamentales: por un lado, la burguesía o los empresarios que diseñan un esquema de negocios para llevar productos al mercado y que para ello disponen de un capital y contratan una fuerza de trabajo; por otro lado, está la clase trabajadora que vende su fuerza de trabajo a la clase empresarial a cambio de un salario.

Esta es la forma fundamental de la sociedad contemporánea, pero la necesidad de una reglamentación interna de su funcionamiento, las complejas relaciones internacionales, la globalización de los mercados han hecho aparecer, por defecto, una nueva casta social que, en lo esencial, es parasitaria.

Esta es lo que el intelectual rancagüino Edison Ortiz rotuló tan acertadamente como la burguesía fiscal.

También se le podría llamar casta política, pues no tiene medios de producción, no organiza ni dirige ningún proceso productivo, ni tampoco pone su trabajo en ese esfuerzo.

No es otra cosa que el crecimiento como una peste de lo que Weber llamaba burocracia, que era evidentemente útil y que está ahora dirigida por los políticos profesionales.

La casta política siempre quiere más impuestos, ya vengan de los ricos o de los pobres, con el pretexto de ayudar a estos últimos, pero esto es una burda mentira. Busca su propio enriquecimiento y ampliar los puestos fiscales para mantener su clientela electoral y la militancia de base de sus partidos que no sabe ganarse la vida por cuenta propia.

Si observamos las universidades, podremos apreciar cómo se ha producido un cambio cualitativo en los egresados de ellas que se dedican a la política. Hace 30 o 40 años, los mejores alumnos se dedicaban a la política; hoy son los peores, los que no logran ni siquiera obtener su título o que lo obtienen con el cheque de papá en universidades privadas de dudosa y escasa exigencia académica, que no son todas las privadas, pero que las hay.

Es cosa de ver dónde estudiaron los actuales dirigentes políticos y se percibirá dónde se concentran.

La burguesía fiscal es peor que la burguesía industrial capitalista, pues esta última aportaba riquezas, creaba empleos y pagaba atributos. Es cierto que no tenía una gran propensión a pagar justas remuneraciones, y de allí Carlos Marx descubrió la plusvalía.

Pero esa burguesía producía riqueza material en la sociedad, lo mismo hacía la clase trabajadora. Si se les sacaba a cualquiera de estas dos clases de la sociedad, el proceso productivo se veía severamente trabado.

Ahora la burguesía fiscal solo sabe vivir de los impuestos de los que trabajan y de las riquezas propias del Estado.

Actúan impúdicamente en Chile; los parlamentarios tienen las más altas remuneraciones del mundo; ganan más que los parlamentarios de Alemania o de Estados Unidos. El presidente del Senado gana más que lo que recibe el rey de España por el ejercicio de su cargo en un imperio donde en algún momento no se ponía jamás el sol.

La burguesía fiscal se ha vuelto impúdica, no siente vergüenza y aspira a los más altos cargos sin preocupación alguna sobre su capacidad para ejercerlos. Hace algún tiempo vimos cómo el ministro de economía de Chile señaló que el cambio del valor del dólar no influía en los precios de los productos que se transan en el mercado, pues, según él, los chilenos compramos en pesos. Semejante burrada no causó ningún escándalo en el gobierno, pues los otros mandamases deben tener la misma formación económica.

Los políticos profesionales de la oposición de derecha no lo hacen mejor. Lejanos están los tiempos del senador Francisco Bulnes, Arturo Prat Echaurren o Jorge.

La casta política tiene rota su representación social y actúa de conjunto por sus intereses propios. Es manifiesto que lo que se dice izquierda no representa a los trabajadores, los estudiantes, los consumidores cautivos de un mercado de colusión ni a los grandes intereses de la patria.

El telón de fondo de la casta política es la mantención del modelo neoliberal sin ninguna modificación sustantiva.

La casta política actúa de conjunto, y es así como se prestan a proponerle al país un proyecto constitucional que mantiene el modelo neoliberal y que establece, en reemplazo de la soberanía popular democrática, la tiranía de los propios partidos políticos.

Nos proponen que si un parlamentario es elegido por un partido y luego abandona este partido o no hace caso a las órdenes de ese partido, pierde el escaño, es decir, el parlamentario ya no es un representante de los ciudadanos, sino un empleado del partido.

La nueva generación de dirigentes políticos no tiene la formación, la experiencia ni la capacidad para instaurar un régimen autoritario de partidos. No es capaz de percibir que en la sociedad se pueden hacer cosas con el pueblo, unas pocas sin el pueblo, pero ninguna en contra del pueblo.

Es por esto que el proyecto constitucional que nos propondrán en unos días más será masivamente rechazado por la ciudadanía que tiene claro que hay una casta política que quiere vivir a costa de todos los chilenos.

La situación es tan impúdica que en la ley de presupuesto nos proponen que el Estado contraiga deuda pública, para poder contratar 26,000 nuevos funcionarios públicos, que no son sino parte de la clientela que la camarilla quiso formar por la vía de las fundaciones y que ahora pretende financiar directamente con el presupuesto nacional. A la casta política le va a pasar una aplanadora en el plebiscito de diciembre.

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