por Benjamin Beit-Hallahmi
Las conexiones entre Sudáfrica e Israel no acaban en las similitudes de los regímenes de apartheid que imponen
“Tienen un sistema de apartheid con dos pueblos ocupando la misma tierra, pero completamente separados el uno del otro, con los israelíes totalmente dominantes utilizando una violencia opresiva y privando a los palestinos de sus derechos humanos básicos”. Con estas palabras, el expresidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, denunciaba la situación de Apartheid a la que está sometido el pueblo palestino. El fragmento pertenece a su libro “Palestina, Paz no Apartheid”, un texto en el que plantea que los asentamientos de Israel en los territorios ocupados suponen el mayor obstáculo para la paz en Palestina.
En julio de 2018, el Parlamento israelí votaba una ley que supone una de las piedras angulares de su proyecto colonial. La norma se titula “Israel como Estado-nación del pueblo judío”, y uno de sus artículos especifica que “el Estado considera el desarrollo de la colonización judía como un objetivo nacional y actuará con miras a alentar y promover sus iniciativas y su fortalecimiento”. El texto daba cobertura legal a la confiscación de tierras, pertenecientes a palestinos, ya sean de Cisjordania, de Jerusalén o ciudadanos de Israel. Esta ley se ajusta a lo que el Tribunal Penal Internacional define como una situación de apartheid, “un régimen institucionalizado de opresión sistemática y de dominación de un grupo racial sobre otro”.
El relator especial de las Naciones Unidas, Michael Lynk, fue muy contundente al respecto: “Israel practica el apartheid en los territorios palestinos ocupados”. En un informe publicado en 2022, asegura que tres millones de palestinos “están sin derechos, viviendo bajo un régimen opresivo de discriminación institucional”. En el informe, el relato de la ONU, recuerda además que a día de hoy “existe en el territorio palestino ocupado por Israel un sistema legal y político dual profundamente discriminatorio, que privilegia a los 700.000 colonos judíos israelíes que viven en los 300 asentamientos israelíes ilegales en Jerusalén Este y Cisjordania”.
Apartheid significa “separación” en afrikáans y fue un sistema de segregación racial que estuvo vigente en Namibia y Sudáfrica entre 1948 y principios de los 90. Este sistema de leyes buscaba mantener los privilegios de los descendientes de los colonos europeos que suponían menos de un 20% de la población, frente a la mayoría negra. Bajo el régimen del apartheid los negros no podían votar, debían vivir en zonas alejadas de los blancos (los conocidos como bantustanes) y cobraban menos que ellos por realizar los mismos trabajos. La segregación llegaba hasta tal punto, que blancos y negros no podían ser pareja, ir en el mismo autobús, utilizar los mismos baños o bañarse en las mismas playas. En total, el Partido Nacional afrikáner aprobó más de 300 leyes para institucionalizar las prácticas racistas y la segregación.
El Premio Nobel de la Paz y uno de los grandes líderes de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, Desmond Tuttu, vio muchas similitudes entre lo que ocurrió en su país y lo que vio en Palestina: «Mi visita a Tierra Santa me conmovió profundamente; me recordó mucho lo que nos ocurrió a nosotros, los negros, en Sudáfrica». Pero, ¿en qué se concreta la situación de apartheid que sufre Palestina?
En primer lugar, se delimita a la población entre judíos y no judíos con La ley de Retorno, una norma que sirve para definir quién es judío y que concede a los judíos de todo el mundo el derecho a emigrar a Israel o a los territorios ocupados. A diferencia del caso sudafricano, que relegaba a los negros a nuevas categorías políticas, a los palestinos se les niega cualquier estatus.
En segundo lugar, la Ley de Ciudadanía y Entrada en Israel de 2003, impide la reunificación de las familias palestinas. En los territorios ocupados, a los palestinos se les niega el derecho a salir y regresar, a la libertad de circulación y residencia, y el acceso a la tierra o el agua. Según un informe del Banco Mundial, los colonos israelíes de Cisjordania (que representan apenas el 15% de la población) tienen acceso a más del 80% de sus recursos de agua dulce. Esto genera una verdadera escasez de agua para los palestinos, contradiciendo los acuerdos de Oslo, que establecían una administración conjunta de los recursos.
El tercer pilar en el que se asienta el régimen de apartheid israelí son sus leyes y mecanismos represivos en materia de «seguridad». En los territorios ocupados, la «seguridad» se utiliza para justificar las restricciones a la libertad de opinión, expresión, reunión, asociación y circulación de los palestinos, habiendo incluso carreteras de uso exclusivo para los colonos. Amnistía Internacional ha denunciado cómo Israel está utilizando tecnologías de reconocimiento facial para fragmentar, segregar y controlar a la población palestina.
La situación de apartheid no se limita a los territorios palestinos ocupados, sino que se aplica también en el propio Israel a los ciudadanos árabes israelíes, que suponen un 20% de la población. Para empezar Israel distingue entre ciudadanía y nacionalidad, reservando esta segunda, y todos los derechos derivados de ella, a la población judía. Además, hay más de 50 leyes que privilegian a los judíos sobre la ciudadanía palestina no judía. Se trata de leyes que afectan todos los aspectos de la vida, desde cuestiones migratorias y reunificación de familias hasta los derechos de propiedad de las tierras. En relación a la propiedad de la tierra, los árabes israelíes tienen muy complicado comprar o arrendar tierras, administradas casi en su totalidad por el Fondo Nacional Judío. Y en lo que respecta a la educación, aunque en Israel existen escuelas árabes y judías, existen enormes disparidades entre la financiación de ambos sistemas educativos: según un estudio de 2019 del diario israelí Haaretz la financiación de las escuelas con alumnos judíos es un 30% superior a la de las escuelas con alumnos de origen palestino.
Las conexiones entre Sudáfrica e Israel no acaban en las similitudes de los regímenes de apartheid que imponen. Hay un episodio menos conocido vale la pena recordar. Se trata de la alianza forjada por Israel y la Sudáfrica del Partido Nacional Afrikáner entre 1948 y 1994. A pesar de que los dirigentes del Partido Nacional se definiesen como antisemitas y reconocieran sus simpatías con la Alemania nazi, lo cierto es que colaboraron durante décadas con Israel, que les ayudó, entre otras cosas, con el envío de armamento y asesores militares. De hecho, Israel llegó a ofrecer armamento nuclear al régimen del apartheid. Según documentos secretos hechos públicos por el diario británico The Guardian en 2010, el ministro de defensa sudafricano, Pieter Willem Botha, solicitó misiles nucleares a su homólogo israelí, Shimon Peres. Como respuesta, Peres le ofreció tres tipos de armas: convencionales, químicas y nucleares. Finalmente, el acuerdo no llegó a cerrarse por los altos costes que conllevaba, pero los documentos suponen la primera prueba documental de la posesión de armas atómicas por parte del Estado de Israel y de la existencia de un programa de cooperación militar entre ambos países. Y seguramente, si Sudáfrica llegó a ser capaz de fabricar sus propias armas nucleares, fue precisamente gracias a la ayuda de Israel. Además, entre ambos gobiernos hubo también mecanismos de cooperación para luchar contra el Congreso Nacional Africano y la Organización para la Liberación de Palestina.
¿Cómo se explica este matrimonio contra natura entre sionistas y antisemitas? El académico israelí Benjamin Beit-Hallahmi dio la clave: “Se puede odiar a los judíos y amar a los israelíes porque, de algún modo, los israelíes no son judíos. Los israelíes son colonos y combatientes, como los afrikáners. Son duros y resistentes. Saben cómo dominar”. Esta explicación sirve para entender la fascinación de la mayoría de movimientos de extrema derecha, muchos de ellos antisemitas, con el Estado de Israel. Aunque siguen odiando a los judíos, ven a los israelíes ante todo como “colonos blancos” a los que hay que apoyar frente a la “amenaza islámica”.
Cuando Harry Truman decidió reconocer al Estado de Israel inmediatamente después de su proclamación como presidente de Estados Unidos en 1948, explicó su decisión con absoluta franqueza y cinismo: “En toda mi experiencia política nunca he visto que el voto árabe determine los resultados de unas elecciones”. Matar, quitarles las tierras, y dejar sin derechos políticos y sociales a amplias capas de la población por motivos religiosos o raciales tiene un nombre muy claro: apartheid.