por Jorge Gálvez (Coordinador de Izquierda Soberanistas de Chile)
En una nueva demostración de subordinación a intereses ajenos a los del pueblo chileno y latinoamericano, Gabriel Boric volvió a atacar a la República Bolivariana de Venezuela y al presidente Nicolás Maduro, esta vez desde el corazón de Europa, sin mediar ninguna relación, sin mediar ninguna necesidad política. Esto ocurre en momentos que el imperialismo estadounidense despliega fuerzas militares frente a las costas de Venezuela en el Mar Caribe, asesinando ya a un total de 27 personas, que se encontraban en pequeñas lanchas y botes, sin mediar juicio y sin ninguna prueba fueron violentamente ejecutados.
En el Templo de Adriano, en Roma, donde encabezaba un acto en recuerdo del atentado cometido por la dictadura chilena contra el dirigente democratacristiano Bernardo Leighton, Boric aprovechó la tribuna para insistir en su cruzada reaccionaria contra los procesos populares de América Latina.
En un discurso Boric acusó al gobierno venezolano de ser “uno de los sospechosos” del crimen en contra del exmilitar Ronald Ojeda, repitiendo sin pruebas un guion que recuerda palabra por palabra las operaciones mediáticas de Washington contra los gobiernos soberanos de la región.
La conducta de Gabriel Boric frente a Venezuela, Cuba y Nicaragua no puede entenderse como un simple capricho ideológico ni como una diferencia política legítima: es parte de una estrategia geopolítica donde Chile, bajo su conducción, actúa como peón de una potencia extranjera. En vez de defender la soberanía nacional y la autodeterminación de los pueblos, Boric ha optado por ser un vocero entusiasta de la política exterior de Estados Unidos, atacando sistemáticamente a gobiernos que resisten el dominio imperial.
No es casual que cada intervención internacional de Boric termine convertida en una arremetida contra algún proceso popular latinoamericano. Lo hizo en la Cumbre de las Américas, en Naciones Unidas, en foros europeos y ahora en Italia. Su obsesión política con Venezuela responde a una lógica clara: criminalizar toda experiencia soberanista y de transformación social que escape al control de Washington.
En lugar de actuar como jefe de Estado de una nación libre y soberana, Gabriel Boric se comporta como un operador externo con la misión de debilitar las fuerzas antiimperialistas del continente. Esta actitud no solo contradice la historia de lucha y dignidad de Chile frente a la injerencia extranjera, sino que compromete la posición del país en un escenario geopolítico cada vez más tenso y definido por la confrontación entre los pueblos que luchan por su independencia y las potencias que buscan someterlos.
La política exterior del actual gobierno chileno se ha convertido en un brazo discursivo del Departamento de Estado norteamericano. Mientras Venezuela avanza en la construcción de un proyecto soberano, Boric opta por atacar a sus pares, facilitando el cerco mediático y diplomático que busca justificar sanciones, bloqueos e incluso agresiones militares abiertas en América latina.
En definitiva, Gabriel Boric no actúa como un presidente comprometido con la soberanía nacional, sino como un agente funcional a la estrategia imperial de los Estados Unidos en la región. Y eso no solo lo coloca en el lado opuesto de los pueblos que luchan por su emancipación, sino también en una posición históricamente vergonzosa para Chile.