(360Noticias) Pepa Flores (77 años), conocida artísticamente como “Marisol“, fue mucho más que una estrella infantil en la España franquista. Su vida estuvo marcada por la transición de un icono promovido por la dictadura a una militante comunista comprometida con la lucha obrera, una decisión que la llevó a alejarse del estrellato y a enfrentarse al régimen con una coherencia inquebrantable.
Nacida en Málaga en 1948, Marisol alcanzó la fama en la década de 1960 como una niña prodigio en el cine y la música, protagonizando películas como Un rayo de luz, Ha llegado un ángel y Tómbola, bajo la dirección de Luis Lucia Mingarro. A los 12 años, su talento fue reconocido con el premio a mejor actriz infantil en la Mostra de Venecia. Sin embargo, detrás de la imagen angelical que el franquismo explotó para promover sus valores tradicionales, se escondía una historia de abusos y explotación laboral. La presión de la industria le provocó úlceras por estrés a los 15 años, y en su biografía confesó haber sufrido abusos sexuales en su infancia.
Durante su adolescencia, Marisol comenzó a cuestionar el sistema que la había convertido en un símbolo sin su consentimiento. En los últimos años del franquismo, se unió al Partido Comunista de España (PCE), cuando aún era ilegal. No solo simpatizó con la causa, sino que se alineó con su ala más radical, rechazando el eurocomunismo y las posturas conciliadoras de la Transición. Fiel a sus principios, declaró públicamente: “Soy una obrera de la cultura. Me fusilarán antes que traicionar a mi clase”.
Su militancia no fue solo discursiva: participó en manifestaciones, apoyó huelgas y se enfrentó a la represión del régimen. Como muchos militantes comunistas, fue vigilada y perseguida por la policía política. El Estado franquista, que había promovido su imagen como niña prodigio, ahora la consideraba una amenaza. Su participación en el cine y la música se redujo drásticamente por su postura política.
Con la legalización del PCE en 1977, Pepa Flores se distanció del partido al considerar que había renunciado a la lucha revolucionaria en favor del sistema liberal-democrático sin una transformación estructural real. No obstante, jamás abandonó sus convicciones comunistas.
En 1985, con solo 35 años, decidió retirarse de la vida pública como una declaración política: rechazó el capitalismo cultural y la industria del entretenimiento, que según ella explotaba a los trabajadores del arte. Desde entonces, vive en Málaga, alejada de los medios, dedicada a una vida más privada y a causas sociales desde un perfil bajo.
A pesar de su retiro, su imagen sigue siendo un símbolo de resistencia para la izquierda española. En 2020, recibió el Goya de Honor a su carrera, pero ni siquiera este reconocimiento la hizo salir de su anonimato: fueron sus hijas quienes lo recogieron en su nombre. Su rostro ha aparecido en camisetas, pancartas y discursos de militantes antifranquistas y comunistas. En una de las pocas veces que su nombre volvió a la esfera política, la diputada catalana Mireia Vehí (CUP) usó una polera con su imagen en el Congreso, recordando su legado de lucha.
La historia de Marisol no es solo la de una estrella infantil que se rebeló contra el sistema, sino la de una mujer que, con gran valentía, renunció a la fama para ser fiel a sus ideales. Su vida demuestra que el arte y la política no están separados y que incluso quienes han sido convertidos en íconos del espectáculo pueden transformarse en símbolos de resistencia y lucha obrera revolucionaria.