por Ale Mora
En momentos donde los horizontes parecen cerrarse, la izquierda popular chilena enfrenta un dilema histórico: cómo persistir en la utopía sin perder pie en la realidad concreta. No es un problema nuevo, pero sí uno que se agudiza cuando la política institucional se convierte en un callejón sin salida y las urgencias sociales claman respuestas inmediatas.
Desde sus orígenes, la izquierda popular ha sido portadora de sueños: la justicia social, la soberanía de los pueblos, el socialismo. Pero también ha sido parte de la historia viva, con pies en la tierra: construyendo sindicatos, defendiendo territorios, sosteniendo ollas comunes y cabildos en los momentos más duros. Esa doble condición —soñar el futuro y pelear en el presente— es su fuerza, pero también su contradicción.
Hoy, ante la desilusión que dejó el proceso constituyente y la deriva institucional que replica las formas del viejo orden, vuelve con fuerza la pregunta: ¿cómo seguir construyendo sin renunciar al horizonte transformador? ¿Cómo no caer en la tentación del purismo que se repliega en la marginalidad, ni en el pragmatismo que lo negocia todo?
Tal vez el punto no sea resolver la tensión entre utopía y realidad, sino habitarla. Asumir que en esa incomodidad vive la política transformadora. La izquierda popular no está llamada a administrar el presente sin cuestionarlo, ni a refugiarse en discursos grandilocuentes que no construyen fuerza real. Su lugar está en la calle, pero también en los espacios donde se decide lo común. Está en el conflicto, pero también en la propuesta.
Chile no necesita una izquierda que renuncie a soñar, pero tampoco una que confunda la utopía con el voluntarismo. Necesita una izquierda que entienda que el cambio verdadero se hace con la gente, no sobre ella. Que sepa que todo avance concreto —aunque parcial— es parte de un proceso más largo. Y que tenga la audacia de no conformarse, incluso cuando gana.
Hoy más que nunca, es tiempo de reconstruir comunidad, de tejer confianzas desde abajo, de escuchar más que imponer. De hacer política sin miedo, sabiendo que toda utopía vale solo si nace del dolor y la esperanza del pueblo. La izquierda popular no necesita renunciar a sus sueños; necesita anclarlos más hondo en la vida concreta del país que queremos cambiar