Por Jorge Gálvez (Dirigente Soberanista https://soberanista.cl/)
Desde la perspectiva del marxismo, el lenguaje inclusivo no solo representa un fenómeno cultural reciente, sino también una expresión de la ideología identitaria que se inscribe en la lógica del capitalismo contemporáneo. Aunque se presenta como una herramienta emancipadora para la visibilización de colectivos históricamente marginados —especialmente en términos de género y diversidad sexual—, este enfoque es criticable por su incapacidad para abordar las contradicciones fundamentales de la sociedad capitalista. La lucha por un lenguaje “neutral” o “no binario” es una manifestación de lo que el marxismo denomina falsa conciencia, pues distrae a las masas de la lucha de clases y canaliza sus energías hacia conflictos simbólicos e individuales, dejando intacta la estructura material del poder.
El marxismo plantea que las contradicciones centrales de la sociedad capitalista son aquellas que surgen de la explotación de la clase trabajadora por la clase dominante. El lenguaje inclusivo, en cambio, desplaza el foco hacia una lucha cultural y simbólica que fragmenta la unidad de clase en múltiples identidades. Este desplazamiento no cuestiona la explotación económica ni la desigual distribución de la riqueza; en su lugar, se centra en aspectos formales del lenguaje que, si bien pueden tener valor en ciertos contextos, no alteran las relaciones materiales de poder.
En esta línea, la crítica al lenguaje inclusivo va más allá de la gramática y apunta a una estrategia política que prioriza la corrección simbólica en lugar de la transformación radical. Esta tendencia es parte de lo que algunos teóricos llaman “pospolítica”, donde el conflicto social se minimiza en favor de consensos discursivos que no alteran las estructuras de poder.
La Fetichización del Lenguaje como Falsa Conciencia
Marx advertía sobre el fetichismo de la mercancía, es decir, la tendencia a atribuir a los objetos un valor independiente de las relaciones sociales que los producen. En el caso del lenguaje inclusivo, podemos hablar de una fetichización del lenguaje, donde las palabras se convierten en el principal campo de batalla y se les atribuye un poder transformador desproporcionado. Sin embargo, cambiar los pronombres o las terminaciones gramaticales no modifica las relaciones de explotación económica ni resuelve las causas estructurales de la opresión.
Esta fetichización del lenguaje refuerza la falsa idea de que la transformación social puede lograrse mediante la corrección de términos, sin necesidad de intervenir en las estructuras materiales del capitalismo. Desde esta perspectiva, la lucha por el lenguaje inclusivo opera como un mecanismo de desactivación política, pues canaliza la energía colectiva hacia reformas simbólicas que no alteran la realidad económica.
El Papel de las Instituciones Capitalistas en la Difusión del Lenguaje Inclusivo
Resulta significativo que muchas fundaciones, corporaciones, instituciones financieras y medios de comunicación globales promuevan activamente el lenguaje inclusivo. Esto sugiere que esta práctica no representa una amenaza para el orden capitalista, sino más bien una forma de gobernanza cultural que permite absorber y neutralizar las demandas sociales mediante la gestión de identidades. Las empresas y las instituciones pueden adoptar discursos inclusivos sin modificar sus prácticas laborales ni redistribuir la riqueza, proyectando una imagen progresista mientras perpetúan la explotación.
De esta manera, el lenguaje inclusivo se convierte en una estrategia de marketing político que encaja perfectamente con las demandas del capitalismo contemporáneo: gestionar la diversidad y la identidad para evitar una confrontación directa con las relaciones de clase. Esto también explica por qué los discursos inclusivos son impulsados por organizaciones globalistas y elites económicas, pues son compatibles con el mantenimiento del sistema.
Los “Todes” de Chile
En Chile podríamos plantear que el antecedente criollo del “lenguaje inclusivo” es el libro la “Ontología del Lenguaje” de Rafael Echeverría plagiador de las ideas Humberto Maturana, dueño de la empresa Newsfield Consulting y creador del “coaching ontológico” que es una “pseudociencia” popular del mundo empresarial nacional e internacional. Echeverría es el que refuerza la falsa idea de que “el lenguaje crea realidad”, que se antepone a la idea revolucionaria de cambiar la realidad para cambiar el mundo. A comienzo de la década de los 90 y 2000 los militantes PPD, PS de Chile y la alta jerarquía del gobierno de Bachelet tenían que pasar obligatoriamente por los talleres de Rafael Echeverría. Cientos o quizás miles de jóvenes, dirigentes sociales y funcionarios públicos fueron adoctrinados bajo esta seudociencia en Chile, que luego tenían la misión de desplegar lo aprendido en el mundo social.
Sin embargo, la consolidación del lenguaje inclusivo como bandera política se da con el Frente Amplio, esto ilustra un fenómeno sociocultural propio de las capas medias chilenas. Al adoptar el “todes” y otras expresiones inclusivas, estas agrupaciones buscan una forma simbólica de diferenciación y progresismo, pero lo hacen desde un enfoque que tiene más resonancia en los sectores universitarios que en los sectores populares o rurales. El problema de fondo radica en la pretensión de que un cambio discursivo pueda por sí solo generar transformaciones sociales profundas.
Este fenómeno no es exclusivo de Chile, sino parte de una tendencia global influenciada por corrientes ideológicas surgidas en Estados Unidos. Sin embargo, el uso de estas formas discursivas en Chile tiene un carácter ambivalente: por un lado, busca expresar mayor apertura y sensibilidad hacia minorías históricamente excluidas, pero, por otro, se percibe como una imposición desde la clase trabajadora y el mundo rural.
El rechazo popular al lenguaje inclusivo en Chile refleja, en buena medida, una desconfianza hacia quienes promueven estas iniciativas. Los sectores populares, al vivir de manera más directa los impactos de la desigualdad neoliberal, identifican la lucha política con cambios materiales – empleo, educación, salud, vivienda – más que con ajustes en la gramática. Así, el “todes” se convierte en un símbolo de una política de la apariencia, sin arraigo en las necesidades reales de quienes más sufren la precariedad.
El rechazo de los sectores rurales y populares al lenguaje inclusivo no debe ser entendido simplemente como una reacción conservadora, sino como una respuesta legítima a la desconexión entre las demandas reales de la sociedad y las propuestas simbólicas de las élites progresistas. En última instancia, la transformación del mundo requiere algo más que cambios en la gramática: demanda acciones concretas que alteren las condiciones materiales de vida de las mayorías.
El Universalismo de la izquierda clasista y la Lucha por la Unidad de Clase
Desde una perspectiva marxista, la verdadera emancipación no puede lograrse a través de la corrección del lenguaje, sino mediante la transformación material de las relaciones de producción. La lucha por la igualdad debe ser universal y centrada en la liberación de las mayorías explotadas, independientemente de su género, identidad o etnicidad. La obsesión por categorías identitarias y terminologías específicas es una distracción que fragmenta la lucha de clase y desvía la atención de los problemas fundamentales: la explotación económica y la concentración del poder en manos de una minoría privilegiada.
El marxismo no niega la importancia de las luchas específicas por la igualdad de género o contra la discriminación, pero sostiene que estas deben integrarse en un proyecto emancipador colectivo que enfrente al sistema capitalista en su totalidad. La política identitaria que promueve el lenguaje inclusivo tiende a superponer lo particular sobre lo universal, debilitando la posibilidad de construir una unidad política capaz de transformar la sociedad.
Frente a esta tendencia, es necesario recuperar una política de clase que sitúe las demandas de igualdad en el marco de un proyecto universalista de emancipación. Solo mediante la organización de las mayorías trabajadoras en torno a objetivos comunes será posible construir una sociedad verdaderamente libre, en la que las diferencias identitarias no sirvan como excusa para desactivar la lucha contra la explotación.