Diana Carolina Alfonso
Un martes, 12 de enero de 2010 una tragedia devenida en terremoto golpeó a Haití. Más de 316.000 personas murieron, 350.000 resultaron heridas y más de 1,5 millones se quedaron sin hogar, según cifras del gobierno haitiano. De ese millón y medio de personas, la mayoría ocuparon las periferias de la Capital, Puerto Príncipe.
Las familias sobrevivientes del terremoto se refugiaron y allí construyeron una barriada multititunadia a la que bautizaron Canaan. Con la excusa de proteger al país, las fuerzas militares norteamericanas empezaron a solar las barriadas más afectadas. Estos grupos de militares, tanto norteamericanos como destacamentos militares del todo el mundo nucleados en los Cascos Azules de la ONU, abusaron impunemente de mujeres y niñas en los campamentos de damnificados de Puerto Príncipe. Solamente en los primeros días fueron abusadas 200 mujeres.La víctima más joven de los violadores armados tenía sólo ocho años. En una investigación de Amnistía Internacional varias menores hablaron con la institución.
Una niña apenas 10 años, contó:
«Fue una vez cuando yo fui a buscar agua: un grupo de hombres me agarra, me golpean y me violan. Cuando yo le conté eso a mi padre, mi padre fue a buscarlos y ellos se fueron, y otros querían violarme otra vez”.
Otra pequeña, que tenía tan sólo 8 años, contó a Amnistía Internacional que había sido violada en varias ocasiones:
«Cuando mi mamá me mandó a comprar, me agarraron, me golpearon y me violaron».
Algunos vecinos se quejaron de la situación, aunque pocos reaccionaron ante crímenes como estos por temor a que los grupos armados llegaran a sus barrios dispuestos a todo.
En Haití la intervención militar y económica norteamericana también ha generado un contexto propicio para la explotación sexual de mujeres e infancias. Los militares extranjeros de las tropas de la ONU y el ejército norteamericano, aún no han respondido por las violaciones masivas cometidas durante las casi dos décadas de su incursión en el país antillano. Mientras tanto la población haitiana les responsabiliza de fomentar la mercantilización de la niñez y las relaciones sexuales.
El crecimiento de la prostitución forzada es consecuencia de la miseria impuesta por las naciones injerencistas de La Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití MINUSTAH, ahora MINUJUSTH. Desde entonces las enfermedades de transmisión sexual se suman a las plagas del contacto imperial, como fue el brote de cólera inmediatamente después del terremoto, cuando militares de las tropas nepalíes defecaron en las riberas del río Artibonito, la mayor fuente acuífera del país. En Haití la presencia norteamericana es responsable, por demás, de la insostenibilidad económica y la corrupción.
Uno de los efectos de la escasez estructural en el país antillano es el llamado fenómeno restavek. En las palabras de Daphnée Joseph (militante feminista haitiana residente en la ciudad de Buenos Aires) el fenómeno restavek es consecuencia de la pobreza de las clases rurales, quienes se ven obligadas a dar a sus hijos e hijas en adopción para el trabajo doméstico. Estos niños trabajan en condiciones de semiesclavitud y en muchas ocasiones son abusados sexualmente.
Huelga recordar que Estados Unidos inhabilitó la soberanía alimentaria haitiana, obligando a consumir artículos de sus redes comerciales. En los años 70 Haití era un país autosuficiente, que exportaba parte de su producción agrícola. “Ahora el 70% de la población, casi 7 millones de personas, se encuentra en situación de inseguridad alimentaria, y 1,8 millones de personas en situación de inseguridad crónica. La producción agrícola haitiana ha sido asfixiada por la llamada «cooperación internacional» que sin embargo se torna insuficiente para alimentar a la población. El cercenamiento de la capacidad de autoabastecimiento ha instaurado relaciones de extrema dependencia económica hacia las naciones que envían sus mercaderías, muchas sin siquiera contar con los estándares mínimos de calidad. Las góndolas haitianas han dejado de estar abastecidas por su mercado interno, dando paso a toda clase de comida de segunda. El cáncer, la diabetes y la desnutrición infantil son el efecto del cercamiento económico neoliberal y de guerra gestionado por los Estados Unidos y Canadá.