por Jorge Gálvez (Coordinador Nacional del Mov Soberanistas)
No estamos simplemente ante una marcha. Lo que avanza hacia La Paz es la memoria viva de una lucha histórica, la dignidad indígena hecha cuerpo colectivo, el grito de una nación postergada que vuelve a ponerse de pie frente al atropello de una élite que, una vez más, le da la espalda a su pueblo.
Desde que estuve con Evo Morales en el Congreso de Refundación del Nuevo Instrumento Político, he seguido con atención —y con profunda admiración— la impresionante movilización convocada por Evo Morales bajo el lema “Para Salvar a Bolivia”. Lo que ocurre hoy en ese país hermano es mucho más que una disputa electoral: es la emergencia de una voluntad popular decidida a defender los derechos que conquistó en décadas de lucha. Lo que el gobierno de Luis Arce intenta bloquear no es solo la candidatura de Evo Morales, sino el camino anticapitalista, antiimperialista que abrió el pueblo boliviano para dejar de ser espectador en su propio país y convertirse en protagonista de su destino.
La decisión del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), controlado por incondicionales del gobierno, es escandalosa. Con una reinterpretación descarada de la Constitución, no solo ratificaron el límite a las candidaturas continuas (algo ya debatido en foros internacionales), sino que fueron más allá: ahora también impiden las candidaturas discontinuas. Es decir, buscan una medida hecha a la medida para rechazar a Evo Morales. Lo inhabilitan no por violar la ley, sino por ser Evo, por representar una identidad política y cultural que incomoda a quienes han decidido pactar con el poder económico, y con la vieja oligarquía.
Esta es la verdadera naturaleza del régimen de Luis Arce: un gobierno que traiciona la raíz indígena-popular del proceso boliviano y que, en su deriva antidemocrática, empieza a mostrar los rasgos dictatoriales, donde el poder judicial se convierte en arma política y la represión aparece como amenaza constante.
No son simples advertencias. El propio ministro de Gobierno, Eduardo del Castillo, ha dicho públicamente que Evo será detenido si entra en La Paz. ¿Qué significa esto? Que ejercer un derecho político se ha vuelto un delito. Que marchar pacíficamente rumbo al órgano electoral para exigir justicia es hoy motivo de persecución.
Y sin embargo, el pueblo no se arrodilla. Desde el Trópico de Cochabamba, desde Chimoré, desde las comunidades cocaleras, los movimientos sociales han dicho: “Si no inscriben a Evo, habrá bloqueos”. Lo dijo con claridad la dirigente Nora Porras: “Estamos en vigilia, estamos en alerta”. No es una amenaza, es una declaración de principios. Si hay que bloquear carreteras, se hará. Porque lo que está en juego no es un nombre, sino la Soberanía Popular.
Y es que, como bien lo dijo la misma dirigente: “Ahora nos falta todo. La canasta familiar subió el 100 por ciento, no hay combustible, tampoco hay trabajo para nuestros hijos”. El pueblo que marcha no es solo el que reclama un derecho político: es también el que ya no soporta más el deterioro económico, la falta de futuro, el abandono de un gobierno que se vendió como continuidad de un proceso, pero que en los hechos gobierna para otros intereses.
Yo no tengo dudas: estamos presenciando un momento decisivo para Bolivia. La actitud antidemocrática del gobierno de Arce está generando las condiciones para una represión violenta. Pero también está despertando una nueva conciencia popular, una fuerza que no se deja intimidar. La historia nos enseña que cuando los pueblos indígenas se levantan, lo hacen con la memoria de siglos de opresión, pero también con la certeza de su derecho a existir, a decidir y a gobernar.
Evo Morales no es un hombre, es una síntesis política y cultural. Lo saben sus enemigos, por eso lo temen. Pero lo sabe, sobre todo, su pueblo, por eso lo defiende. Y hoy, Bolivia camina —otra vez— hacia una encrucijada. O se impone la democracia, la soberanía y el respeto al voto; o se afianza la traición, la represión y el autoritarismo.
La historia juzgará. Pero hoy, como latinoamericanos, como militantes, como luchadores, no podemos ser neutrales. Hay que estar con los que marchan. Con los que resisten. Con los que no renuncian a cambiar el mundo desde abajo y con dignidad.















