(360Noticias) El gobierno de Gabriel Boric ha demostrado, en una muestra de crueldad inaceptable, que su represión no tiene límites. Esta vez, el objetivo de la violencia policial han sido los familiares y amigos del joven asesinado Alonso Verdejo Bravo, a manos del ultraderechista Patricio Villafaña. Las fuerzas policiales, sin respeto por el dolor y el luto, irrumpieron en el cementerio apuntando sus armas a los dolientes que simplemente querían rendir un último homenaje al joven asesinado.
Este accionar recuerda inevitablemente los días más oscuros de la dictadura de Pinochet, cuando los familiares de las víctimas también eran perseguidos y reprimidos por atreverse a manifestar su duelo. Hoy, la historia se repite de la mano de un gobierno que, lejos de honrar los derechos humanos y la memoria histórica, ha caído en la misma lógica autoritaria que dice repudiar. Boric, quien en su discurso prometía justicia y empatía, ha transformado su mandato en una continuidad de la brutalidad estatal que muchos pensaban había quedado atrás.
El dolor de los familiares de Alonso Verdejo Bravo es indescriptible. Se enfrentan no solo a la pérdida de un ser querido, asesinado por la intolerancia y el odio, sino también al ataque del propio Estado, que debería estar garantizando su derecho a despedirse en paz.
Este gobierno, al igual que el de Pinochet, parece no tener límites en su capacidad de infligir sufrimiento. La memoria de aquellos que fueron asesinados en el pasado y la de los que hoy siguen cayendo bajo el manto de la represión se ven manchadas por un Estado que sigue actuando con la violencia como su principal respuesta.